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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

Cognición y Epistemología. Política y Sociedad, Estado, Democracia, Legitimidad, Representatividad, Equidad Social, Colonización Cultural, Informalidad y Precariedad Laborales, Cleptocracia, Neoconservadurismo, Gobiernos Neoliberales, Vulnerabilidad, Marginaciones, y Exclusión Colectivas y Masivas, Kirchnerismo Peronista, Humanidades, Sociología, Ciudadanía Plena, Descolectivización e Individualismo, Derechos Sociopolíticos, Flexibilidad ocupacional. Migraciones Laborales. Discriminaciones por Género, y Étnico-raciales, Políticas Socioeconómicas, Liberalismo neoconservador, Regímenes neoliberales de acumulación, Explotación laboral, Mercado de trabajo, Flexibilización y precariedad ocupacional, Desempleo, subocupación, subempleo, Trabajo informal...

LÓGICAS "ESTRATÉGICAS" DE SUBSISTENCIA ECONÓMICA - Juan Labiaguerre

  Una manifestación peculiar que refleja las transformaciones operadas en el universo sociolaboral, sobre todo en escenarios marginales, consiste en la emergencia continua de ciertos "nichos" ocupacionales. En estos resultan proclives a prevalecer trabajos e intercambios comerciales informales, dirigidos a garantizar la obtención de recursos mínimos en aras de la supervivencia económica y la reproducción social.

   Por otra parte, la segmentación constante de la fuerza de trabajo contribuye a potenciar un devenir anómico, pronunciado, de las relaciones laborales. Este mecanismo, al exacerbarse, abre el camino a procesos de exclusión de individuos, y estratos sociales, del nucleamiento económico-productivo dinámico -progresivamente selecto- de la sociedad. En tal sentido, niveles elevados de paro, a los que se adiciona el incremento proporcional de las ocupaciones inestables y desprotegidas, junto a la generalización de las actividades temporales, caracterizan la era denominada <postindustrial>.

  

   Además, la desocialización, inducida por los parámetros políticos del neoliberalismo, en conexión con el desmedro en que se ve sumido el valor esencial asignado convencionalmente al trabajo, conduce a la disgregación de lazos sociales, construidos históricamente a partir de la sociedad asalariada. Es decir que la desocupación, el subempleo y las inserciones laborales “flexibles” presentan implicaciones amplias, que inciden en el desenvolvimiento de la persona -y de su entorno familiar-, dentro del conjunto de los espacios relacionales. Cabe agregar que dicha tendencia es acendrada por la duración, de larga data, que suelen manifestar los estados de precariedad ocupacional.

  

   El aumento de los empleos temporales, en detrimento de aquellos contratados por tiempo indefinido, redunda -a la postre- en un fraccionamiento gradual de la mano de obra, lo cual hace que el trabajador pierda la habitualidad de los contactos sociolaborales regulares, factor al que se adiciona el mencionado debilitamiento del atributo negociador de las entidades sindicales.

  

   De modo que las vivencias recurrentes de desempleo prolongado, o de inserciones frágiles y esporádicas, en el mercado de trabajo, aún percibiéndose un ingreso mínimo, subsidiado por el Estado, engendran un tipo inédito de anomia. El mismo refiere a una especie nueva de carencia de referentes institucionales, y/o normativos, que reglamenten la puja distributiva, y por las condiciones del empleo entre representaciones de trabajadores y patronales. Asimismo, tal proceso puede relacionarse con la falta de marcos sólidos de referencia, políticos y socioculturales, de cara a la constitución del sujeto humano en tanto auténtico ser social.

  

   La tendencia a la "desmercantilización" de los medios de reproducción de las condiciones generales de vida, correspondiente a la población económicamente activa, coadyuva a profundizar la segregación y dispersión de la fuerza de trabajo. Este fenómeno avanza al amparo de una dinámica dualizadora de las capacidades laborales, que fomenta la creación de categorías privilegiadas y desfavorecidas dentro de la masa de trabajadores, al tiempo que se ahonda la polarización entre el aumento de la riqueza de una minoría de la sociedad, por un lado, y la pauperización masiva, por otro. La sectorización progresiva, tanto de la demanda como de la oferta ocupacional, en definitiva, presenta connotaciones que se proyectan a la estructura social considerada en su totalidad, reconvirtiéndola morfológica y funcionalmente.

  

   El conjunto reseñado hasta aquí de transformaciones de los procesos productivos, junto a los cambios consecuentes en el significado social del trabajo, cristalizan en formas singulares de inserción laboral, en áreas periféricas de la <economía-mundo> contemporánea. Ellas expresan modalidades ocupacionales típicamente “informales”, que generan espacios desmercantilizados extendidos, en los cuales proliferan actividades marginales, orientadas sólo a la obtención de medios materiales de vidas.

  

   Las estrategias de supervivencia en las sociedades marginales remiten a las cuestión de la fragilidad sociolaboral en términos de factor causal de determinadas lógicas de subsistencia económica. Este concepto, aplicado al ámbito de los hogares, alude al conjunto de prácticas económicas destinadas a complementar los ingresos, eventualmente obtenidos mediante la inserción en el mercado de trabajo, por uno o varios de sus miembros. Dichas acciones conllevan la realización de ciertas actividades -incluyendo aquellas consideradas “informales”- que tienen como objeto asegurar la reproducción de las condiciones indispensables de mantenimiento de un grupo conviviente, por lo general establecido a partir de lazos familiares.
 

   Las ocupaciones domésticas, dentro del marco ampliado de los mecanismos de reproducción biológica y sociocultural, presentan un interés creciente en los estudios sobre la problemática laboral. Así, aunque en los países "superinformalizados" comienza a discutirse la cuestión acerca de hasta qué punto incrementos ulteriores de la calidad de vida no exigen ya la desmercificación o desestatización de algunas de estas actividades,  -es decir, su recuperación para el área de producción de valores de uso-. Ello ha servido para reconocer la importancia, incluso económica, del trabajo “fantasma” realizado en el seno de las unidades familiares; en tal marco dual, el surgimiento y la expansión del sector informal constituiría “uno de los efectos no queridos del proceso de industrialización-modernización”1.
 

   Dentro de los colectivos caracterizados por el acceso a menores niveles de recursos de toda índole, los mecanismos de supervivencia comprenden una variedad de procedimientos y relaciones sociales. En ellas, el aprovisionamiento mínimo para satisfacer necesidades básicas adquiere prioritaria relevancia, dada la carencia o fragilidad de las garantías para su propia reproducción social.

  

   Sobre la base de la vulnerabilidad de sus situaciones vitales, esta realidad determina que distintas comunidades adopten actitudes tendentes a la generación de respuestas adaptativas y/o estratégicas, las cuales implican la conformación de ciertas redes vinculantes, alejadas de los modelos de comportamiento impuestos por el accionar meramente mercantil. Las mismas se  sustentan, en cambio, en una normativa consuetudinaria, que remite a la vigencia de un principio valorativo asentado en el intercambio igualitario mutuo.

   En algunas ocasiones, la contracción de la demanda laboral conduce al intento de compensar la disminución de dicha fuente de ingresos, mediante la venta ambulante o la instalación de pequeños y precarios negocios de atención al público, al estilo de los denominados kioscos, a veces instalados en una habitación de la propia vivienda familiar, lindera con la vía pública.

   En la actualidad, masas considerables de la población mundial no se encuentran en condiciones materiales que aseguren su propia reproducción, o se ven obligadas a realizarla de manera extremadamente precaria. Tal circunstancia deriva en una consolidación de la desigualdad distributiva que provoca bloqueos económicos, junto a otros de carácter cultural, debido a la presencia de pautas de coexistencia sin auténtica legitimación.

  

   Este fenómeno se manifiesta, sobre todo, en ciertos segmentos de la sociedad marginados de las normas integradoras, en la medida en que -de hecho- los propios elementos que ocasionan la exclusión social promueven patrones alternativos de comportamiento. Ellos están conformados por conductas diferenciadas respecto del modelo regulatorio de relaciones colectivas característico de la “sociedad industrial”.

  

   Distintas teorías sociales clásicas del siglo XIX habían considerado el proceso de configuración progresiva del trabajo capitalista en su forma idealizada, mediante un tipo puro, gradualmente intensificado y expandido al conjunto de la sociedad. A través de esa visión, la labor productiva fue emancipada del resabio de otras esferas de acción colectiva y ámbitos relacionales, refiriendo entonces a una personificación del quehacer laboral reflejada en un parámetro de <el trabajador>, culturalmente establecido. Dicha asimilación provocó la dicotomía entre los planos doméstico y estrictamente económico, a través de la bifurcación de la propiedad respecto del campo ocupacional.

 

   Dicha separación, en el capitalismo de “libre empresa”, coadyuvó a neutralizar los marcos asistenciales y las actitudes <comunitarias>, inherentes a las actividades productivas tradicionales. La misma noción de proletario refería a la mano de obra liberada del yugo feudal y cuya explotación era sólo mediada por el funcionamiento del mercado, es decir condicionada por factores apartados de la utilidad concreta del esfuerzo laboral, al responder a la coerción establecida por el predominio de un fin lucrativo2.

 

   Ante la carencia de niveles suficientes de ingresos en los hogares, las alternativas de supervivencia obtienen resultados magros, por lo que las reducciones progresivas en el consumo se convierten en la alternativa excluyente. El despliegue de diversas estrategias, guiadas por el único objetivo de "vivir al día", determina que las mismas atiendan las necesidades inmediatas en extremo, privilegiándose la alimentación básica por encima de otros rubros, postergando temporalmente -en muchos casos descartando de manera definitiva- los planes a mediano plazo relacionados, verbigracia, con el plano educativo y el mantenimiento o reequipamiento de la vivienda.    

 

   El imperio del <laissez faire>, como vimos, cedió el paso al capitalismo regulado y éste, a su vez, a las políticas neoliberales, vigentes desde los años ochenta. Durante esta nueva etapa, las variaciones del régimen de acumulación predominante encuentran su correlato en una visión posmoderna del sentido de la acción comunitaria. Ésta tiende a evaluarse en términos de un retorno a unidades reducidas de convivencia colectiva, en un marco alejado de los grandes aparatos burocráticos e institucionales, comenzando por el Estado, los que en el presente no cumplirían su rol convencional de estructuras socialmente integradoras. Partiendo de dicho diagnóstico, la entidad -e identidad- cristalizada en las comunidades locales y próximas reaparece, dado su atributo -asignado culturalmente- de escenario específico, espontáneo y “natural”.

 

   A partir de la teoría señalada, y de su desarrollo efectuado por Przeworski, las interacciones grupales -y la concomitante condición colectiva de clase- emergen ante los sujetos en términos de una especie de estructura disponible y efectiva de opciones, y de conexiones recíprocas entre tales alternativas y los efectos acarreados por su selección y concreción, por parte de las personas involucradas en el juego.

 

   Más allá de aquella legitimación conceptual de las renovadas formas de relaciones interpersonales, en el terreno de la realidad socioeconómica, las estrategias de supervivencia se dirigen a asegurar la reproducción biológica de los grupos menos favorecidos respecto del sustento material y cultural, abarcando diversas instancias condicionadas por componentes demográficos característicos, aunque mutables.

 

   Las conductas básicas, pautadas normativamente, de los trabajadores -asalariados o no- comprendidos por las mencionadas estrategias conciernen a la constitución del núcleo familiar, los aspectos procreativos y de preservación vital, los procesos de aprendizaje y socialización de los miembros del hogar, la división del trabajo dentro de la unidad doméstica u hogar, la organización del consumo y los caracteres singulares presentados por la localización residencial, entre los elementos de mayor relevancia3.

 

   Esta última situación, denominada también desocupación disfrazada, responde -según la concepción del economista Ragnar Nurkse- al desempleo “conformado por aquella parte de la población activa que puede abandonar el sector sin que se reduzca la producción, aun cuando la tecnología permanezca invariable”.

 

   En lo que atañe al proceso de reproducción social, el concepto de “subsistencia” presenta un significado más amplio que el de mera supervivencia material, al contemplar el conjunto de mecanismos mediante los cuales la fuerza de trabajo se recompone de manera continua [1]. La consideración de diversas estrategias de supervivencia deriva en el análisis de los recursos utilizados por las unidades domésticas, ante coyunturas económicas cambiantes, con el fin de solventar su propio mantenimiento económico, como así también de lograr la reproducción de las capacidades laborales del grupo familiar.

 

   Los arreglos cualitativos entre Estado, mercado y familia remiten a configuraciones sociales especiales, en las cuales los individuos y grupos llevan a cabo acciones que las modifican continuamente. Debido a ello. Los estudios sociales dedicados al análisis de las políticas públicas precisan la instancia de ponderación de sus resultantes, según los objetivos de la prestación respectiva, relacionados con los propósitos y los bienes o servicios involucrados. De manera que las metas programadas se presentan en una fase tardía de la implementación de medidas, resultando además extrañas a las personas, lo cual provoca la escisión de los procesos de constitución y desarrollo de aquéllas.

 

   Al no estimarse la elaboración de políticas públicas en términos de procesos de raigambre sociopolítica, tanto sus logros concretos, como así también los impactos generados a través de las mismas, son  analizados fuera de contexto, es decir “en sí mismos”. Además, la aplicación de dicho término puede abarcar la localización territorial respectiva, en la medida en que ciertas instancias comunitarias o barriales, superadoras del espacio limitado del hogar, desempeñan un rol decisivo de cara a una provisión mínima de condiciones materiales de vida.

 

   Las opciones en orden a garantizar la reproducción familiar, al interior de segmentos sociales populares insertos en economías <periféricas>, configuran una dinámica compleja, donde las esferas productiva y reproductiva forman un núcleo inescindible, a efectos del despliegue potencia de variadas lógicas de supervivencia. En ese sentido, los magros ingresos obtenidos -por lo general- en el mercado de trabajo se complementan mediante fuentes alternativas al mismo, generadoras de otros tipos de ingresos monetarios y/o de recursos en especie.

 

   Una opción alternativa consiste en el desplazamiento referido al procedimiento de construcción del objeto, considerando a los mismos sectores destinatarios en cuanto eje central, motivo por el cual “el relevamiento y reconstrucción de las estrategias de los sujetos (modos de vida) concluyen en cierta concepción de las políticas sociales como parte de condiciones en las que se reproduce la vida de diferentes sectores sociales”4.

 

   La esencia del régimen de acumulación vigente demanda reconceptualizar las estrategias de supervivencia, teniendo en cuenta la coexistencia de modos diferenciados de integración al mercado laboral por parte de la población activa disponible. Asimismo, ellos resultan crecientemente frágiles, dados los efectos de la precarización de las inserciones ocupacionales. Además, las lógicas de subsistencia orientadas a la reproducción social de la fuerza de trabajo, junto a la de los miembros del hogar, suponen el abandono relativo de la dinámica de proletarización, la cual implica -en principio- una atomización de los trabajadores.

 

   Aun en el caso de aplicarse una política de índole “keynesiana”, los efectos de una <socialización> de la producción, incentivada por el Estado, erosionan las propias condiciones de aplicación del intervencionismo. Ello provoca que el proceso de acumulación, también en tal circunstancia, se desarrolla a través de otros medios alternativos, frente al intercambio predominantemente mercantil5.

 

   La obtención de ingresos de origen no laboral, aunque mantiene el proceso reproductivo dentro del campo de la acumulación capitalista, conlleva una relativa autonomía del nucleamiento familiar, con relación al mercado de trabajo, motivo por el que puede hablarse entonces de una inclinación hacia la desproletarización. La misma es potenciada en virtud de la movilización de recursos extramercantiles, pues la realización de actividades en pos de la supervivencia vital, y la inserción paralela en determinadas redes sociocomunitarias de protección cercana, colocan en tela de juicio la hegemonía del principio del "valor de cambio", premisa elemental de la lógica económica capitalista.

   En ciertas ocasiones, el crecimiento del sector informal refleja una base de la evolución de las economías tradicionales hacia expresiones modernas, desempeñando el rol de “eslabón entre el empleo agrícola rural y el urbano industrial”. Sin embargo, en muchos casos la informalidad constituirá el punto definitivo de llegada6.

   Entonces, si el análisis de las estrategias de supervivencia aborda sólo aquellas conductas dirigidas a la percepción de una remuneración salarial, se pierden de vista instancias políticas, comunitarias u organizativas de distinta índole, esenciales en términos de la satisfacción de necesidades básicas, de los grupos sociales más carecientes. De allí que sea imprescindible analizar la lógica subyacente en el conjunto de prácticas realizadas en el seno de las unidades familiares, y por parte de sus distintos miembros, orientadas al logro de una cobertura económica vital.

 

   Dentro de ciertos colectivos privados de sustento material, existe un creciente número de parados con reducido, o cuasi nulo, poder de capitalización para invertir en un emprendimiento o “negocio”. Este condicionamiento les lleva a concretar actividades autónomas menores, mediante la vinculación con ciertos nichos del mercado, a fin de realizar tareas remuneradas sobre la base de alguna idoneidad específica, que compense la escasez de capital7.

 

   La diversidad de instancias ocupacionales, desconectadas de la demanda de trabajo ligada a la transnacionalización de grandes capitales, condujo al estudio de la marginalidad, dando cabida a la noción de <excedente laboral no recuperable>. Ello conduce a la cuestión del surgimiento, o aumento, del peso relativo de aquellos segmentos de la fuerza de trabajo ajenos al circuito de  las relaciones asalariadas convencionales y que, a su vez, tampoco presentan inserciones laborales tradicionales. La articulación compleja de perfiles ocupacionales “atípicos” propulsó el análisis de modalidades alternativas, que permiten acceder a distintos niveles de consumo, en un marco periférico con relación al eje del sistema económico-productivo, expresando situaciones informales.

 

   Las fuentes de recursos no monetarios refieren a aprovisionamientos alternativos, apartados del “circuito del mercado”, tales como los aportes en especie de índole asistencialista, sobre todo de alimentos básicos, aportados a través de organismos público-estatales, en un marco caracterizado por la figura del oportunismo político de carácter clientelista.

 

   Puede  mencionarse en ese sentido, por ejemplo, la instalación de “huertas comunitarias”, o de actividades realizadas a los efectos de generar o elaborar productos -principalmente alimenticios- destinados al autoconsumo y, ocasionalmente, a su comercialización informal. Además, puede destacarse la vigencia de diversos tipos de vínculos solidarios, tales como redes relacionales familiares, vecinales, barriales o comunales, que contribuyen a paliar relativamente aquellas situaciones marcadas por una carencia económica acentuada y crónica. 

 

   Como viéramos en apartados previos, el Estado Benefactor fue gradualmente desmantelado y el desempleo pasó a constituir una cuestión de progresiva relevancia. A partir de entonces la <informalidad>, entendida genéricamente en cuanto reducto de producción de bienes de uso, fue asimilada a las consecuencias de la evolución contradictoria del sistema capitalista maduro. Esta dinámica provocó entonces la extensión de ámbitos marginados del funcionamiento “oficial” de la economía, aún en las mismas entrañas del “primer mundo”.

 

   Mediante tales procedimientos, el capital procura posicionarse frente a la oferta ocupacional y, análogamente, los trabajadores crean márgenes alternativos de comportamiento, en su interrelación con el accionar de la demanda laboral y de otros segmentos de aquel colectivo. La permanente combinación de los citados elementos interactuantes genera un despliegue diversificado de eventuales estrategias de monopolización, segmentación del mercado ocupacional, prácticas asociacionistas sindicales  y adquisición de calificaciones laborales, las cuales -en su conjunto- transforman las relaciones mercantiles, de medianamente abiertas en  cada vez más cerradas8.

  

   En referencia a América Latina, es preciso considerar el avance de la informalización laboral en espacios urbanos, junto al decrecimiento del empleo en los sectores agrícola y minero, en el transcurso de la segunda mitad del siglo pasado. En tal aspecto, operó una caída ininterrumpida del porcentual de las ocupaciones rurales, entre los años 1950 y 1994, del 55,9% al 21,9%  del total, en el conjunto del subcontinente. Tal decrecimiento respondió, en gran medida, al éxodo masivo de población a las grandes ciudades de la región, debido al sobrante de mano de obra en las localizaciones de origen. Un déficit de 34 puntos porcentuales, correspondiente al trabajo en agricultura y minería, se repartió en cerca de 22 puntos en el sector formal de la economía, mientras que poco más del equivalente a 12 puntos de la población activa pasó a engrosar el espectro de la informalidad ocupacional urbana.

   Debemos destacar que sobresalen los guarismos al respecto en el caso argentino, donde la merma del 28% al 13% (15 puntos porcentuales) en el empleo rural se trasladó, prácticamente en su totalidad, al sector informal urbano, que durante el periodo citado de 45 años casi se duplicó (del 15,2% al 29,9%), al tiempo que resultó insignificante el incremento en la economía convencionalmente “oficial”.

 

   La informalidad ocupacional en el contexto de las naciones periféricas, al no haberse logrado una industrialización equilibrada, genera una modalidad específica de urbanización, consecuente con los desajustes profundos de sus estructuras económicas y productivas. El punto de arranque de dicha situación radica en la presencia de un océano de economía tradicional salpicado por algunos islotes de economía moderna, los cuales pueden agruparse en dos grandes sectores: el nacional y el controlado por el capital extranjero, generalmente empresas multinacionales9.

 

   El "asistencialismo" característico de la modernidad capitalista implica la interconexión de una concepción económica secular-administrativa, respecto de la prestación de <socorro>, con otra visión cristiana movilizada por el sentimiento de caridad. Con el transcurrir del tiempo, la política asistencial se involucró en la cuestión sociolaboral, asumiendo la problemática derivada de ella, como asimismo para neutralizar sus efectos nocivos, en el doble sentido humano y comunitario.

 

   Remedando el formato histórico medieval, la figura asistencialista se estructura a partir de una base territorial, dejando de representar su gestionamiento un cuasi monopolio de la iglesia ya que, al lado de la institución clerical oficial, autoridades laicas y religiosas absorben parcialmente la “gestión de lo social”. Dicho entorno determina que la acción caritativa devenga cierto servicio social localizado, radicado en determinada esfera coparticipativa formada por el conjunto de instancias responsables de una administración compartida.

 

   La reducción proporcional del mercado formal de trabajo repercute negativamente sobre la situación socioeconómica de un creciente número de hogares pobres, a través de variadas manifestaciones, restringiendo severamente la probabilidad de conseguir empleos regulares en relación de dependencia. A ello se añade, en muchos casos, la imposibilidad de desempeñarse autónomamente con éxito en algún rubro comercial o de servicios, e inclusive la disminución de oportunidades de realizar meras chapuzas10. Se ha indicado, además, que la conexión del fenómeno de la informalidad con la “persistencia de ciertas culturas locales, que incluso [la] valoran como instrumento para defender las economías tradicionales de la tecnología más avanzada”11.

 

   No debe perderse de vista, en cuanto elemento constitutivo básico del deterioro de la situación ocupacional, la caída real de las retribuciones laborales, contrastante, por ejemplo en el caso argentino, con un marco de incremento sostenido del producto bruto interno, más allá de altibajos coyunturales, que superó el cincuenta por ciento en el periodo 1991-1997. No obstante dicho crecimiento económico global, los ingresos percibidos se degradaron notablemente en numerosos fragmentos, medios e inferiores, de la pirámide social.

 

   Asimismo, en un contexto generalizado de privaciones de índole económico-social, experimentadas por amplios sectores populares, el proceso de precarización de las condiciones laborales determina el decaimiento del eventual apoyo familiar, barrial o comunitario hacia unidades domésticas con miembros desocupados12. Corresponde mencionar que en los citados espacios urbanos, dentro de un escenario ampliado de informalidad laboral, en los cuales ésta expresa el eje alrededor del cual gira la mayor parte de las inserciones ocupacionales, sobresale nítidamente la carencia de una regulación institucionalizada en el campo jurídico-legal, ya se trate de posiciones dependientes o autónomas. 

 

   Con relación a las experiencias de desocupación permanente o crónica, los colectivos privados de trabajo durante periodos prolongados dejan de conformar una población en referencia a la <acción social> propiamente dicha, interpretada en su sentido clásico. De allí que la noción de “estrategia de supervivencia” aluda a la teoría de los juegos, reflejando el concepto opuesto al de adaptación de cantidades, por lo que el despliegue estratégico -de acuerdo a ese significado especial- resulta incompatible con una competencia plena. Ésta refiere a un accionar que apunta a intervenir sobre el ambiente, orientando la acción con la mira puesta en el logro de un éxito económico, y en cuyo procedimiento de cálculo son incorporadas las expectativas en torno a la conducta de otros, y al comportamiento de otros factores, retrotrayendo a una visión de cuño weberiano13.

 

   Partiendo del escenario ocupacional expuesto, y en cuanto a la demanda laboral del medio urbano en sociedades periféricas, cabe analizar los atributos peculiares del lado de la oferta de mano de obra, que determinan variadas formas de generación de ingresos, salariales o no. Conviene señalar, al respecto, que los fenómenos concurrentes de diversificación del aparato productivo y segmentación del mercado delinean un contorno característico de informalidad urbana, en vista de que cuando la economía tradicional establece contacto con el sector moderno comienza a experimentar un proceso de rápida regresión. La introducción de tecnologías no arcaicas en la agricultura genera automáticamente paro tecnológico y además hace emerger el paro encubierto14.

 

   Por ende, sería preciso analizar modos alternativos de estratificación social, a fin de evaluar los diversos regímenes del Estado de Bienestar, que promueven otras tantas formas de diferenciación-jerarquización, por ejemplo atendiendo a grupos específicos de la sociedad, tales como las mujeres o “la familia”. Las poblaciones-objeto señalan a los actores de los procesos sociopolíticos, constituyendo las políticas sociales un reflejo de los mismos, al expresar prácticas destinadas a sujetos colectivos15.

 

   Bajo las circunstancias sociolaborales actuales, condicionadas en muchos países por ajustes estructurales del aparato estatal, y la reformulación de las políticas sociales, las necesidades a cubrir de la población destinataria son percibidas recién durante las fases de puesta en marcha y gestión de aquéllas. Esta operatoria obedece a cierto principio ético que apunta a la “inclusión social”, lo cual prefigura el contorno de las medidas correspondientes. En otras palabras, las instancias burocráticas de poder devienen prioritarias a la hora de tomar decisiones ejecutivas, que en definitiva atañen a la esfera sociopolítica.

 

   La función antedicha se apoya en valores referidos a una especie de ámbito democrático orgánico, directo o cercano, logrado a través de una participación más activa, recreando espacios públicos localizados. Ese devenir remite a una eventual superación de la modernidad, por lo que la “comunidad” es reivindicada, abandonándose su imagen de estatuto obsoleto, asignado por las corrientes teóricas funcionalistas en ciencias sociales. Al respecto, el tratamiento comprensivo de determinadas lógicas de subsistencia refiere a un horizonte extendido de análisis, teniendo en cuenta que la conceptualización derivada de este enfoque teórico contempla al conjunto de trabajadores, inclusive a quienes no experimentan grados considerables de vulnerabilidad sociolaboral y/o de pauperización.

 

   Cuando se generan institucionalmente <cuerpos extraños> a la estructura ocupacional "típicamente capitalista", mediados por la administración público-estatal, los valores -incluyendo los monetarios- pierden eficacia en cuanto a su función reguladora, debido al debilitamiento de las orientaciones hacia los bienes de cambio. La noción extendida de estrategias familiares de vida refiere a un mecanismo que comprende a la mayoría de los estratos sociales, en la medida en que éstos desarrollan una complejidad de acciones  orientadas a la "resistencia", frente al proceso de deterioro de sus condiciones integrales de existencia.

 

   La noción de marginalidad puede comprender varias formas de ocupaciones autocreadas, tales como por ejemplo las de vendedor ambulante, artesano o pequeño productor agrícola, así como también el trabajo doméstico, prestaciones de servicios en el ámbito privado, junto a empleos asalariados esporádicos e intermitentes. Este conjunto de inserciones ocupacionales se distingue sustancialmente de la condición salarial convencional, aunque ambos no resultan excluyentes, es decir que se presentan con frecuencia de manera combinada -simultánea o sucesivamente- durante la trayectoria laboral de una persona determinada.

 

   La población activa “supernumeraria”, en las regiones más estancadas de los países subdesarrollados, tiende a emigrar hacia las grandes urbes, dado el efecto de <imán> que ejerce el anhelo de superar sus condiciones de vida. Las ciudades, receptoras de tal éxodo rural, albergan al sector moderno de las economías nacionales, aunque el mismo es incapaz de absorber todo el excedente de fuerza de trabajo, e incluso ni siquiera una parte significativa del mismo, que tiene que buscarse la vida en el sector urbano no formal16.

 

   El tratamiento comprensivo de determinadas lógicas de subsistencia refiere a un horizonte extendido de análisis, teniendo en cuenta que la conceptualización derivada de este enfoque teórico contempla al conjunto de trabajadores, inclusive a quienes no experimentan grados considerables de vulnerabilidad sociolaboral y/o de pauperización.

 

   Con relación a los <excluidos del sistema>, se identifican de acuerdo a la degradación pronunciada de sus condiciones económico-sociales de vida, resultante de su desconexión con el ámbito productivo. Dicho colectivo no refleja la situación de los trabajadores dado que, en el contexto de una sociedad marcada por el desempleo masivo, dejan de representar una comunidad de intereses compartidos. De modo que no configuran una clase objetiva propiamente dicha, de acuerdo al sentido marxista o weberiano del término, es decir definida según la ubicación de las personas dentro del mercado.

 

   Esencialmente conformarían una <no-clase>, al proyectar “la sombra de los disfuncionamientos de la sociedad”, efecto de un mecanismo de descomposición y desocialización, pues mientras lo social se constituye positivamente por la agregación de la actividad de los individuos, por la fusión de sus rasgos individuales en unas características promedio, la exclusión resulta de un proceso de desagregación.

 

   Entre las primeras deben contemplarse aquellas actividades vinculadas particularmente al “hábitat barrial”, que se encuentran relacionadas de alguna forma con el mercado urbano, las cuales suelen cristalizar en modalidades autogeneradoras de empleo, o dedicadas al pequeño negocio comercial. También existen determinados procedimientos dedicados a las transferencias, institucionales o estatales, destinadas a subsidios de la pobreza y, por otra parte, no debería omitirse la incidencia de diferentes operatorias claramente ilegales, llevadas a cabo por determinados reductos “informales”.

 

   Es decir que la existencia de excluidos presupone, en primera instancia, una carencia consistente en el desgarramiento del entramado societal, y de ningún modo conlleva una constelación grupal de cualquier índole. El proceso de desmercantilización  en los ámbitos territorial y familiar. Una manifestación significativa de la polarización entre ocupaciones formales e informales se refleja en el campo de las prestaciones sociales, debido a la descobertura asistencial y previsional de los trabajadores no registrados, o contratados bajo modalidades flexibles. Esa circunstancia obedece a las funciones ejercidas por las unidades domésticas, o al rol propio de la misma localización territorial, en cuanto ámbitos cruciales en aras del desarrollo de aquellas estrategias.

 

   Ello cuestiona los principios “universales” de libertad y equidad, proclamados como premisas del intercambio mercantil. La atención otorgada por el Estado a grupos sociales inmersos en la informalidad laboral, en ausencia de la mediación de <lógicas abstractas ciudadanas>, se consuma fuera del mercado de trabajo. Ello provoca un desplazamiento de las instancias generadoras de ingresos a la esfera de la reproducción social, donde predominan estrategias concretas, tales como las del mero asistencialismo, ligado con frecuencia a procedimientos clientelares surgidos de necesidades políticas.

 

   En ese contexto “semi-desproletarizado”, las opciones estratégicas de mercado de la población activa se ven drásticamente limitadas, porque sus requerimientos de medios de subsistencia son constantes, según pautas económicas y socioculturales. Éstas, que tienen como punto de referencia una retribución laboral equiparable a un monto mínimo existencial, no encuentran correspondencia con las necesidades paralelas, y divergentes de aquéllas, del lado de la demanda ocupacional17.

 

   Conviene agregar que el proceso de desmercantilización es incentivado por la presencia creciente de ciertos estados sociolaborales, en los cuales la actuación bajo un régimen de competencia clásico, basado en la mera “adaptación de cantidades”, puede verse desplazado por conductas estratégicas, divergentes con relación a ese modelo.

 

   Un requisito indispensable, con miras a solventar las penurias propias del paro “abierto”, o para eludir los puestos degradados de trabajo en relación de dependencia, consiste en la voluntad de rechazar esos empleos precarizados, cuando no humillantes, y en la capacidad individual a efectos de optar por una alternativa frente a esa realidad, a través de la búsqueda de una salida autónoma18.

 

   En dicho contexto, y a partir del concepto de calidad de la participación, las políticas sociales pueden modificar, o llegado el caso poner en tela de juicio, la dirección del curso -progresivo o regresivo- de la denominada “redistribución secundaria”, lo cual determina tanto el diseño como el sentido de ella.

 

   Los sujetos a quienes se dirigen esas medidas público-administrativas participan de algún modo en el proceso de su implementación, redefiniendo sus condiciones de legitimación, mediante una configuración “genuina y efectivamente participativa”, razón por la cual, en última instancia, la asignación de significado a las prestaciones estatales responde a decisiones políticas.

 

   Hacia finales de los años sesentas, se hallaban en plena vigencia los Estados del Bienestar, sobre todo en las naciones capitalistas desarrolladas, y la desocupación no representaba una variable demasiado significativa. En dicha etapa histórica, “las actividades productivas no sometidas a los criterios socioeconómicos dominantes eran imperceptibles [...] En los países de industrialización tardía, como España e Italia, con diferencias regionales muy importantes, comenzaban a albergar rasgos de capitalismo avanzado, pero aun no se habían desprendido de situaciones de franco subdesarrollo, las distintas manifestaciones de la <otra economía> [“subterránea o en negro”] eran valoradas, en general, como un síntoma más de la distancia que les separaba del primer mundo [...] Ésta ha sido durante mucho tiempo una de las interpretaciones más aceptadas de la existencia de un sector de economía informal en los países en vías de desarrollo19.  

 

   La actitud predominante de las posturas liberales al respecto, desde sus formulaciones ortodoxas hasta sus representaciones contemporáneas parcialmente aggiornadas, aboga por políticas sociales sustentadas en el plano de los principios éticos, y no específicamente políticos. Es decir que se apela a un conjunto de obligaciones morales etéreas, relacionadas con ciertas acciones de ayuda a los sectores más carecientes de la población, movilizadas por un sentimiento de deber protectivo hacia las clases inferiores y llevadas a cabo mediante la beneficencia, símbolo representativo de una “virtud moral de utilidad pública, que refleja un mecanismo tutelar”.

   En pos de entender el “significado de la transición de la sociedad industrial a la postindustrial”, es necesario rechazar esquematismos rostovianos, ejercicio conceptual que conduce a poner en tela de juicio hasta la propia noción de <modernización>. Dentro de este encuadre teórico, señalemos que existen “tantas formas de otra economía [informal] como de economía convencional, y ambas se encuentran ligadas” estrechamente20.

   La consideración de la fuerza laboral de una sociedad determinada, y las respectivas estrategias de reproducción de sus diferentes grupos ocupacionales, conlleva el abordaje ampliado de la estructura social que engloba a ambos factores. Ello remite a las condiciones socioeconómicas generales de la masa trabajadora, en la medida en que los elementos interactuantes que las conforman inciden, en última instancia, sobre las lógicas potenciales alternativas que aquella debe desarrollar para subsistir y reproducirse.

 

   Se concibe que formas de “otra economía” encontramos por doquier, y no pueden ser analizadas sin tener en cuenta sus íntimas vinculaciones con la forma de economía convencional en que se insertan, [debido] a una gran cantidad de motivos [y] aquí cabe desde la sospecha de que determinada tasa de actividad no refleja con fidelidad los acontecimientos del mercado de trabajo hasta la intuición de que quizás todo esto no es sino la anticipación de nuevas formas de relaciones sociales.    

 

   Como si se tratase de una especie de bisagra, articuladora entre el radio de acción controlado por el sector moderno del aparato productivo y aquellas actividades donde predomina la esfera de la economía informal,  se ubican los empleados asalariados en pequeños establecimientos empresariales y un sector parcial de trabajadores autónomos con escaso o nulo capital. Ambas franjas ocupacionales, pese a estar teñidas de informalidad laboral, resultan insertables en el ciclo reproductivo correspondiente al capitalismo privado. En este sentido, puede estimarse que los segundos se encuentran indirectamente asalariados, coadyuvando en definitiva al proceso de valorización capitalista.

 

   La conformación característica de la mayoría de las economías latinoamericanas, sobre todo en sus márgenes periféricos, derivó en procesos de proletarización que no implicaron, necesariamente, una extensión generalizada -en términos proporcionales- del asalariamiento clásico, en muchos conglomerados urbanos. De esta forma, se fue configurando una fuerza de trabajo masiva, que opera en función del régimen de acumulación vigente, aunque a través de procedimientos alternativos a la relación salarial convencional. Es decir que, en tal contexto, la vínculación entre los factores productivos, característica de las sociedades industriales avanzadas, fue mellada por un mecanismo particular de proletarización sin salarización regular y protegida.

 

   Dentro del marco específicamente latinoamericano, al evaluar un conjunto de indicadores demográficos y laborales, referidos a gran parte de la segunda mitad del siglo que culmina, puede compararse la evolución de las tasas de la PEA (población económicamente activa), perteneciente a áreas urbanas, teniendo en cuenta sus dimensiones total y “formal”, respectivamente.

 

  Considerando el promedio del subcontinente, mientras la variación anual de ambos índices fue pareja en el periodo 1950-1980, durante el primer lustro de los años noventas la población activa urbana, correspondiente al sector formal de la economía, representó menos de la tercera parte del total. La única excepción esa tendencia fue Chile, y el caso representativo extremo de la inclinación general lo constituyó la Argentina.

 

   En la región puede constatarse la evolución de los indicadores sobre cambios demográficos, población activa y trabajadores del sector urbano formal, en los últimas siete décadas, con algunas oscilaciones, lo cual demuestra el crecimiento proporcional de la informalidad ocupacional en la tasa general, como así también en las correspondientes a distintos países...


1- SANCHIS, Enric, y MIÑANA, José (1988): "La otra economía. Trabajo negro y sector informal"; Valencia, Edicions Alfons El Magnànim, pág. 15 

2- HINTZE, Susana (1996): “Los excluidos del sistema”; Buenos Aires, revista Encrucijadas (UBA), N° 4. 

3- SANCHIS, E. y MIÑANA, J., ob. cit., pág. 15. 

4- DANANI, Claudia: "Algunas precisiones sobre la política social como campo de estudio y la noción de población-objeto"; en Susana Hintze [et al.], ob. cit.

5- HABERMAS, Jürgen (1999): “Problemas de legitimación en el capitalismo tardío"; Madrid, Editorial Cátedra.

6- SANCHIS, E. y MIÑANA, J., ob. cit., pág. 15. 

7- ROSANVALLON, Pierre (1995): "La nueva cuestión social"; Buenos Aires, Editorial Manantial, pág. 195

8- BERGER, J., y OFFE, C.: "La dinámica evolutiva del sector servicios"; en Offe., C. (et al.), “La sociedad...”, ob. cit.

9- HINTZE, S., ob. cit. 

10- CASTEL, Robert (1998): "Las metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado"; Buenos Aires, Editorial Paidós. 

11- SANCHIS, E. Y MIÑANA, J., ob. cit., pág. 9

12- PÉREZ SÁINZ, Juan Pablo (1991): "Informalidad urbana en América Latina"; Caracas, FLACSO/Nueva Sociedad.

13- SANCHIS, E., y MIÑANA, J., ob. cit., pág. 11

14- GRASSI, Estela (1996): Políticas sociales e investigación antropológica (problemas y propuestas); en Susana Hintze [et al.], “Políticas sociales. Contribución al debate teórico-metodológico”; Buenos Aires, Centro de Estudios Avanzados/Ciclo básico Común de la Universidad de Buenos Aires.

15- DE BENOIST (1994), Alain: Communauteriens vs. Libéraux, París, “Krisis”; citado por André Gorz, "Metamorfosis del trabajo, Búsqueda del sentido, Crítica de la razón económica", Madrid, Editorial Fundación Sistema, Colección Politeia, 1995, pág. 128

16- HALPERIN WEISBURD, Leopoldo [et al.]: "Concentración del ingreso, precariedad laboral y segmentación social: el caso de Mar del Plata"; Grupo de Investigación Calidad de Vida, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Mar del Plata y Municipalidad de General Pueyrredón, 1996. 

17- GORZ, André: “La metamorfosis...", ob. cit.

18- KESSLER, G., ob. cit., págs. 135-136

19- SANCHIS, E. y MIÑANA, J., ob. cit., págs. 7-8

20- SANCHIZ, E., Y Miñana, J., ibidem, pág. 9

 


 

 

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