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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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HETEROGENEIDAD SOCIOPRODUCTIVA E INFORMALIDAD OCUPACIONAL - Juan Labiaguerre

   De acuerdo con indicadores empíricos cuantitativos, la tasa anual de variación de la población conjunta de América Latina decreció en un 33% entre los periodos 1950-1980 y 1990-1995, mientras que la correspondiente a la Argentina, en particular, lo hizo sólo en un 20%. La década intermedia considerada, la de los ochenta, significó en todos los países contemplados una fase de transición descendente. Es decir que, si bien el índice demográfico siempre resultó positivo, el incremento poblacional presentó un ritmo gradualmente menor, aunque en nuestro país de manera menos notable que la media general.

   En lo que respecta a la evolución numérica -y proporcional- de la población económicamente activa (PEA) total, excepto en el caso brasileño, la misma registró niveles superiores en el decenio comprendido por los años ochentas, comparados con el promedio de las tres décadas anteriores, aunque tendió a decaer en la media subcontinental. Entre las naciones evaluadas, nuestro país, al igual que Chile y México, continuaron experimentando el ascenso de dicha tasa, pero sólo el segundo de esos países lo hizo de un modo notable.
 

   En cuanto a los datos más significativos, en términos del interés focalizado de este estudio, destaca principalmente el comportamiento de dos indicadores. Por un lado, aquella población activa, circunscrita al ámbito urbano, mantuvo una línea constante, con una caída inferior al 10% durante el periodo 1990-1995. Sin embargo, dentro de este marco de naciones, sólo la Argentina y Chile fueron la excepción, al experimentar, frente a la corriente general, un incremento proporcional de la PEA urbana.

 

   No obstante lo señalado, en el conjunto de América Latina, el sector formal de esa misma población decreció en forma abrupta, salvo en el caso de México, si se estima la primera mitad de los años noventa con relación a la década anterior. La situación extrema, y a su vez emblemática, remite a nuestro país que, habiendo tenido un crecimiento incesante de la población económicamente activa total, manifestó una caída estrepitosa del índice relativo de formalidad de ella, hasta llegar a registrar un guarismo ligeramente negativo en la última etapa evaluada.

 

   Tal fenómeno representa un proceso único, entre las naciones latinoamericanas observadas y contribuye a explicar, en cierta medida, la degradación de las condiciones laborales en la Argentina, expresada en un avance incontenible de la informalidad ocupacional urbana.

   

   El estudio de la segmentación ocupacional, desde el lado de la oferta de trabajo, requiere analizar de los modos diversos de inserción laboral, que condicionan el desarrollo de estrategias familiares adecuadas, en respuesta frente a los cambios en la situación socioeconómica de sus miembros. Un aspecto característico del sector informal consiste en la presencia de actividades generadores de ingresos sin una reglamentación normativa. Además, puede vincularse la extensión del trabajo “en negro” con un alto nivel de desempleo, el desguace del Estado de Bienestar y el aumento de la siniestralidad laboral.

 

   Debido a lo antedicho, la interpretación acerca de la informalidad ocupacional abarca desde los intentos de explicar las peculiaridades de determinados procesos de industrialización hasta los interrogantes que plantea la contracción del empleo en la industria e incluso en ciertas actividades terciarias en las sociedades más avanzadas... [Esta ambigüedad determina que] a nivel mundial, las fuerzas sindicales se hayan replegado desde actitudes iniciales de clara condena hacia posiciones mucho más cautas[1].

 

   Asimismo, muchas instancias donde el factor del capital y la mano de obra están representados por los mismos actores en el quehacer productivo, o la desregulación contractual de la relación entre ambos -en cuanto a condiciones laborales, en general, y remunerativas, en particular- refieren también a condiciones informales de trabajo. Bajo este encuadre ampliado, dicha noción resulta sólo parcialmente asimilable a la manifestación ilegal del vínculo entre empleador y asalariado, incluyendo las modalidades en las cuales este último se encuentra encubierto bajo la fachada de trabajo autónomo.

 

   El excedente estructural de fuerza de trabajo, en determinadas economías capitalistas periféricas, conforma rasgos urbanos específicos moldeados por experiencias paradójicamente modernizantes. Dentro de un marco potenciado de carencia de equipamientos colectivos básicos en ciertas concentraciones poblacionales, emergen expresiones diversas y atípicas de inserción ocupacional.

 

   En tales espacios, se reproducen efectos segregadores y círculos viciosos de la pobreza, localizada territorialmente, consolidándose en un espacio geográfico determinado, resultando frecuentes las rupturas de trayectorias laborales asalariadas regulares, por lo que se genera un perfil heterogéneo de reinserciones en el mercado de trabajo[2]. Allí se reproducen efectos segregadores y círculos viciosos de la pobreza, localizada territorialmente, consolidándose en un espacio geográfico determinado, y resultando frecuentes las rupturas de trayectorias laborales asalariadas regulares, por lo que se genera un perfil heterogéneo de reinserciones en el mercado de trabajo. Dentro de ese contexto, el concepto de estrategias de supervivencia remite al conjunto articulado de mecanismos, relaciones y comportamientos, desarrollados a efectos de lograr la reproducción integral de las unidades domésticas, partiendo de la satisfacción de las necesidades básicas de sus integrantes.

 

  En consecuencia, la gestación y el crecimiento de una masa marginal en las sociedades latinoamericanas responden a un vínculo estructural, establecido entre los modos periféricos de acumulación capitalista y los procesos de pauperización y de creciente inequidad distributiva. Ambos factores son proclives a intensificar el carácter desigualitario de la estructura social, fenómeno paralelo a una heterogeneidad progresiva del aparato productivo y la segmentación consecuente del espectro ocupacional.

 

   Deben mencionarse los efectos de la neutralización del accionar de la población excedente, en términos del requerimiento por parte del capital de integración del sistema, a fin de evitar que se torne “disfuncional” al mismo. Dicha cuestión refiere a la emergencia de mecanismos de dualización y segregación sociolaborales, que resultan exteriorizaciones propias del sistema capitalista contemporáneo, más que resabios de tradiciones pretéritas[3]

 

   Las diversas modalidades contemporáneas de marginalidad social de ciertos grupos e individuos pueden clasificarse a partir de la combinación de dos variables, expresadas en la situación ocupacional y en los tipos de “inscripción relacional”, junto al grado de ésta, respectivamente. La primera dimensión abarca condiciones alternativas tales como la estabilidad del trabajo, la precariedad laboral o el paro; la segunda, por otro lado, comprende niveles de inclusión comunitaria fuertes, débiles o su ausencia.

 

   La actuación combinada de dichos factores permite identificar posiciones diferentes de integración, caracterizadas por instancias de ocupación estable y lazos comunitarios sólidos, vulnerabilidad del “empleo” y relaciones localizadas endebles, de no-trabajo y aislamiento social, y sectores atendidos a través exclusivamente del asistencialismo. Cabe señalar que los factores identificatorios de la última zona coinciden con los correspondientes a la “desafiliación” que general el paro y la carencia de soportes comunitarios cercanos, aunque como signo distintivo implican la condición de indigencia inválida, equivalente al impedimento para  trabajar debido a  razones de salud, edad o situación familiar crítica[4].

 

   La situación de pobreza es interpretada en cuanto manifestación de un estado cuyas formas remiten a un inventario de privaciones, resultantes de la convergencia de varios ejes expresados en niveles graduales de integración, vinculados en gran medida al tipo de inserción ocupacional. Esta variable condiciona el proceso de reproducción de la existencia relativa al radio de actuación económica, mientras que el modo primario de inclusión relacional alude a un continente de proximidades de índole cuasi afectiva.

 

   Por lo tanto, la combinación de las variables correspondientes a ambas dimensiones demarca los espacios de riesgo social latente, resultando entonces la “desafiliación” producto de la superposición de una falta de integración en el terreno laboral y de la ausencia de inscripción en una red de contención próxima y protectora.

 

   En la actualidad, la presencia de modalidades diferenciadas de proletarización, junto a las implicaciones de la vulnerabilidad creciente de las inserciones ocupacionales, conduce al despliegue de “lógicas de subsistencia” orientadas a la reproducción de la fuerza de trabajo. Ellas suponen el cuestionamiento del mecanismo proletarizador básico, el cual refiere a un universo atomizado de trabajadores, en orden a la emergencia del hogar o de la localización territorial, en términos de ámbitos concretos en los cuales obtener medios materiales de vida.

 

   La percepción de ingresos de origen no laboral, aunque mantiene el proceso reproductivo dentro de la esfera correspondiente a lógicas de acumulación capitalista, conlleva cierta independencia del núcleo familiar o de la unidad doméstica con relación al funcionamiento puramente económico del mercado de trabajo. Dicho proceso de desproletarización se encuentra potenciado sobre la base de la movilización de recursos extramercantiles, considerando que la realización de actividades exclusivas tendentes a la sobrevivencia, además de la inserción en determinadas redes sociocomunitarias, colocan en tela de juicio la hegemonía del principio asentado en la figura del valor de cambio, fenómeno inherente a la lógica económica signada por el capital.

 

   Corresponde aclarar que el ingreso al circuito económico del mercado es viable a través de medios alternativos, caracterizados por aportaciones de capital muy diferenciadas cuantitativamente, y hasta puede darse la posibilidad de que esa incorporación se produzca con inexistencia de inversión inicial en un emprendimiento “empresarial”. Esta dinámica obedece a los caracteres de un proceder típico, al interior de muchos núcleos urbanos, en sociedades económicamente subdesarrolladas, donde la ausencia de capital -y en ocasiones la carencia de propiedad en términos jurídico-formales-, así como también la falta de un asalariamiento regular, no impiden la producción de mercancías simples por parte de numerosos grupos de la población[5].

 

   Se trata en estos casos de modalidades productivas de carácter <trabajo-intensivas>, las que expresan variantes ocupacionales heterogéneas, frecuentemente bajo condiciones de fuerte deterioro de las condiciones materiales de vida, cercanas a experiencias de desempleo abierto prolongado.

 

   Asimismo, a partir de la vigencia de conflictos sociales derivados de la disparidad de fuerzas entre capital y trabajo, el propio régimen de acumulación genera mediaciones institucionales, que apuntan a moderar aquella contradicción cristalizada en la esfera del mercado laboral. Asimismo, si comparamos dicho proceso con el accionar de otros mercados, resulta aun más evidente el desequilibrio entre la demanda y la oferta ocupacionales. Ello responde a una inclinación, de raigambre estructural, debida a las respectivas probabilidades de desplegar estrategias racionales por parte de ambos sectores, situación que requiere una relación estable de poder, autosustentable y reproducible naturalmente, a cuya inmutabilidad se fueron habituando gradualmente empleadores y trabajadores.

 

   Dentro del proceso de reproducción de la capacidad laboral urbana, tiende a ampliarse la ausencia del salario familiar, lo cual obliga a muchos segmentos de la población activa a optar por estrategias alternativas de supervivencia, en el marco de sus respectivas unidades domésticas. Esa circunstancia es proclive a diversificar, en su proyección hacia un campo extendido de análisis, los tipos de recursos dirigidos a la obtención de ingresos, vigentes en una localización territorial específica.

    

   Los grupos familiares correspondientes a distintos estratos sociales despliegan, de acuerdo con sus respectivas condiciones económicas de vida, determinadas conductas orientadas a garantizar su reproducción biológica y social, plasmadas en ciertos procedimientos. Éstos consisten en prácticas realizadas a efectos de enfrentar los requerimientos indispensables para el sustento vital, horizonte que en muchos casos equivale al mero alcance de niveles mínimos de subsistencia material.

       

   Teniendo en cuenta el marco indicado, el logro de recursos económicos de origen diverso remite a diferentes medios, a fin de satisfacer necesidades reproductivas básicas, dentro de un marco ampliado de situaciones de pobreza. No obstante ello, considerando la perspectiva de las ocupaciones de algún modo desmercantilizadas, las actividades laborales heterogéneas, coexistentes dentro de una esfera marginal al mercado propiamente dicho, resultan en cierta forma funcionales al sistema productivo en su conjunto, razón por la cual puede decirse que aun el empleo “extramercantil” coadyuva -aunque fuera indirectamente- al proceso global de valorización y acumulación capitalistas[6].

 

   El fenómeno de la heterogeneidad ocupacional incide sobre el accionar de los vínculos sociocomunitarios, tendidos alrededor de las estrategias económicas de la población más careciente, ante la degradación de sus condiciones de vida. Dichos mecanismos inducen a una diversificación de respuestas alternativas ante la crisis del mercado de trabajo, en tanto que, si bien los medios de supervivencia remiten a cierto condicionamiento cultural arraigado en el círculo familiar, existen otras instancias mediadoras que demuestran el desarrollo de los mismos en diferentes esferas organizativas.

 

   Esas realizaciones se cristalizan en los respectivos barrios o asentamientos poblacionales, adquiriendo en estos casos relevancia las características específicas de la localidad correspondiente. En determinados núcleos urbanizados o semirrurales del cinturón periférico del Gran Buenos Aires se manifiestan claramente las consecuencias derivadas de la segregación y el aislamiento característicos de los enclaves territoriales marginados. En referencia al plano de las implicaciones de orden psicosocial, en términos de la situación ocupacional descrita, sobresale el impacto producido por las vivencias de paro prolongado, expresado mediante su impacto sobre los vínculos intrafamiliares, la utilización del tiempo forzadamente ocioso, el estado de salud de la población afectada, así como también deviene relevante la conexión entre desempleo y actuaciones delictivas de variada gravedad. 

 

   Debe indicarse el condicionamiento al que tal coyuntura sociolaboral expone a las franjas etarias más jóvenes, considerando la concepción de Jahoda elaborada a través de su teoría de la privación, según la cual el trabajo ofrece al ser humano la posibilidad de acceso a distintas experiencias, categorizadas de acuerdo a factores determinados por la organización del tiempo, la dotación de relaciones sociales extrafamiliares, la fijación de metas superadoras de los fines individuales y ciertas entidad y posición convencionalmente prefiguradas. Por lo tanto, la recurrencia de un estado de no-trabajo recorta sustancialmente la factibilidad de acceso a dichas categorías, “provocando una desestructuración temporal, restringiendo los contactos sociales y el espectro de objetivos a mediano y largo plazo, así como [también] erosionando las bases del status personal y la identidad social”[7].

 

   La diversificación del encuadre sociolaboral propicia formas variadas de inserción en el mercado de trabajo, categorías ocupacionales mutables y/o ambiguas, y una profunda segmentación de la mano de obra, comenzando por la dualidad representada a través del “empleo formal o informal”. Tal diagnóstico conduce relativizar la vigencia de la condición asalariada en cuanto factor socializador eminente dado que, en virtud de lo ya expuesto, asume un papel preponderante el hábitat económico particular de la propia ubicación territorial, reflejado en las condiciones generales del barrio, localidad, distrito o partido, en orden a su relevancia creciente respecto de la configuración de “espacios de supervivencia”.

 

   Ante el desfase entre oferta y demanda laborales, una fracción en aumento de la población activa se ubica al borde del mercado de trabajo convencional, constituyendo un sector marginal consolidado como tal. Debido a ello, adquieren un carácter crucial los modos adoptados por la generación alternativa de ingresos de las personas y grupos sociales que conforman el mismo. Podría mencionarse, como ejemplo de esta tendencia, que en las zonas más pobres del conurbano bonaerense se manifiesta una sostenida extensión de las ocupaciones autónomas, relacionadas preferentemente a la mera producción de subsistencia. 

 

   Un elemento de considerable peso, que coadyuva a la diversificación de medios de obtención de ingresos monetarios, o recursos económicos de variada índole, se refleja en las formas de consumo dentro de las “células familiares", expuestas a una creciente diferenciación salarial entre sus miembros ocupados de un modo relativamente estable. En este sentido, la reproducción social de la fuerza laboral -llevada a cabo en el ámbito del hogar- determina un accionar cooperativo, basado en la actividad doméstica, que condiciona la fijación del trabajo necesario para la concreción de aquel proceso reproductivo.

 

   La forma de producción doméstica asigna a la mujer un lugar específico dentro del espacio social en su conjunto, dado que el quehacer hogareño femenino se encuentra comprendido, globalmente, en el proceso de recomposición de la mano de obra asalariada. Sin embargo, esas tareas no pueden considerarse en sentido estricto como producción de mercancías, por lo que "la cooperación simple de la actividad doméstica proporciona indirectamente al modo de producción capitalista un trabajo gratuito"8].

 

   La evolución del mercado ocupacional conduce a que la reproducción de los individuos deje de estar asegurada mediante la vigencia de una normativa jurídica, marcada por cierta impronta tradicional, pasando a depender casi exclusivamente del resultado de acciones individuales, en torno a la venta de fuerza de trabajo. Tales actividades se vinculan de algún modo al funcionamiento de aquel mercado, lo cual restringe la concreción de las capacidades laborales, obligando además a la adopción de una actitud de <predisposición adaptativa> en el mismo seno de las unidades domésticas.

 

   Debe destacarse que la organización de la producción capitalista requiere la existencia de algún tipo de “salario complementario” en la medida en que, mientras predomine la célula familiar restringida, el nivel de la remuneración salarial individual de la mujer no calificada se ajusta al rol de ella dentro de la actividad doméstica. Asimismo, el proceso moderno de urbanización convierte a la norma de consumo en un molde rígido y dependiente de la faz productiva, desde el momento en que elimina las redes sociales mediante las que pueden extenderse, eficazmente, las tareas domésticas[9].

 

   Habiéndose expuesto los lineamientos generales de la aplicación de lógicas de subsistencia en áreas desmercantilizadas, por parte de grupos poblacionales afectados severamente por el deterioro ocupacional, corresponde tratar -a continuación- la conexión de dicho proceso con la extensión progresiva del trabajo “informal”, cuya problemática compleja requiere un tratamiento multifacético.

 

   Las estrategias de supervivencia desarrolladas por diversos grupos sociales, a efectos de adaptarse a los cambios en la situación del mercado de trabajo, que implican muchas veces la adopción de lógicas “extramercantiles”, conducen -por otra parte- al surgimiento de nuevos espacios económicos signados, genéricamente, por la informalidad laboral.

 

  El concepto de sector informal urbano en los países periféricos remite a la presencia de un excedente de fuerza de trabajo, debido a que la industrialización “sustitutiva” había conseguido un incremento considerable del producto bruto interno, por ejemplo, en los procesos de modernización en América Latina, pero no se sentaron las bases económicas para el logro de un ritmo paralelo, y sostenido en el tiempo, de aumento en la creación de fuentes de empleo.

 

   Las causas de dicho desajuste radicaron en la orientación del aparato productivo hacia la demanda de bienes de un mercado restringido, lo cual fue agravado por avance de la <economía-mundo> contemporánea, que gradualmente impuso sus patrones financieros y tecnológicos, junto a las pautas referidas a los tipos de productos que debían priorizarse.

 

   En el marco de una mutación progresiva y expansiva del nuevo paradigma tecnológico, promotora de inversiones capital-intensivas, enroladas en la aplicación de técnicas ahorradoras de mano de obra, el conjunto de factores puntualizados coadyuvó a una creciente absorción de la población activa sobrante, por parte de sectores externos al núcleo moderno del sistema económico, generando la proliferación de “segmentos diferenciados en el mercado de trabajo urbano”.

 

   Al interior de la economía informal pueden diferenciarse dos grandes áreas de actividad: 1) Prestación de todo tipo de servicios en el terciario patológico clásico de estos países [del <tercer mundo>], desde los niños limpiabotas hasta la venta callejera de todo tipo de productos. 2) Manufactura industrial de todos aquellos bienes de consumo que quedan fuera de la órbita del sector moderno, en términos absolutos o en relación con determinadas cuotas de mercado[10].

 

   Puntualmente, el propio mecanismo que promueve la urbanización capitalista empuja a la mujer hacia ocupaciones asalariadas, porque la labor remunerada de la población activa femenina obedece a un determinado valor relativo. Éste corresponde al precio de las mercancías necesarias para garantizar el proceso de consumo, mediante una menor cantidad de trabajo hogareño. Tal evolución, implícita en la reproducción de la masa laboral, incide en la transferencia de un tipo de actividad doméstica escasamente productiva, aprovechada indirectamente por el régimen de producción vigente, hacia el asalariamiento bajo condiciones de mayor productividad. Dicho rendimiento es utilizado de modo directo en el proceso de acumulación y, de manera concomitante, las capacidades laborales de la mujer pasan a ser retribuidas teniendo en cuenta el trabajo economizado en el hogar.

 

   El tratamiento deductivo de la cuestión de la informalidad remite a conceptos precisos, aunque aplicables en sentido negativo, es decir en cuanto a la ausencia de ciertos elementos, al comprender -por caso- el conjunto de actividades que eluden el control del aparato estatal, evadiendo la normativa laboral. Asimismo, tal sector habitualmente no se encuentra registrado “por las distintas estadísticas al uso, bien porque son ilegales, porque se realizan al margen del mercado, etcétera”[11].

 

   En cambio, el procedimiento inductivo implica una elaboración taxonómica, que abarca diversos ámbitos informales, mencionados a su vez con variados rótulos: economía paralela, segunda sociedad, segunda economía, economía no oficial, no observada, oculta, privada, ilegal, clandestina, no estructurada, sector urbano no formal, [economía en] negro, dual, marginal, no registrada, subterránea, sumergida, etcétera.

 

   Dentro de este marco teórico-empírico, la sectorización ocupacional es entendida como un fenómeno continuo, expansivo y no meramente coyuntural. Además, el carácter subordinado del sector informal se expresa a través de la facilidad de acceso al mismo, elemento considerado rasgo clave de su comprensión, dimensión que responde a la escasez de recursos tecnológicos disponibles y a la presencia de unidades productivas reducidas y poco capitalizadas.

 

   La visión desarrollada por el Programa Regional del Empleo para América Latina (PREALC), con relación a esta temática, refiere a una concepción del mercado de trabajo en cuanto ente conformado por segmentos diferenciados cualitativamente, variando entre ellos los condicionamientos de los niveles de empleo y salario, según sus características respectivas. La informalidad puede identificarse, también, por su localización en “mercados competitivos o en la base de la estructura productiva en el caso de mercados oligopólicos concentrados”, lo cual induce a sostener que las actividades informales obtienen ganancias de origen básicamente no monopólico.

 

   En ese sentido, el sector informal moviliza una serie de recursos que quedan fuera del alcance del sector moderno[12] [...] Pero sobre todo está el tema del empleo: algunos cabezas de familia pueden encontrarse ante el dilema de aceptar un salario estable en el sector moderno, que sería la única renta familiar, o autoemplearse en el sector informal en una actividad que permita la movilización de algunos otros miembros de la familia[13].

 

   En la región latinoamericana, y particularmente en el caso argentino, la búsqueda de mayores ingresos, por parte de los sectores sociales económicamente desfavorecidos, se sustenta en diferentes alternativas, representadas mediante la extensión de la jornada laboral de los asalariados ocupados, y/o la realización de trabajos secundarios por parte del <cabeza de familia>, más allá de su sexo. Además, tiende a producirse la inserción ocupacional del mayor número posible de miembros del hogar, incluyendo a la “ama de casa” y a los hijos más jóvenes, y la búsqueda de fuentes de ingreso marginales, en referencia a aquellas otras específicamente laborales.

 

   Las variadas estrategias de supervivencia se inscriben al interior de un espacio macrosocial crecientemente restrictivo, caracterizado por indicadores elevados de paro, subocupación y empleos inestables y desprotegidos. El conjunto de factores mencionados expresa los obstáculos, interpuestos a numerosos segmentos populares, a que traban el despliegue de sus lógicas de subsistencia y de reproducción sociocultural. 

 

   Por otra parte, la permanencia de un alto índice de subempleo evidencia la situación de aquellos hogares que deben compensar la desocupación de alguno de sus miembros y sólo consiguen insertarse laboralmente a tiempo parcial. Las mayores tasas de paro corresponden a aquellas ramas de actividad que absorben, sobre todo, a franjas determinadas de la fuerza de trabajo, las cuales históricamente experimentaron inserciones ocupacionales precarias.

 

   Desde una perspectiva analítica alternativa, aunque complementaria de los puntos de vista anteriores, el desempleo afecta sobre todo a las mujeres y a los jóvenes, situación que agrava la condición de aquellas unidades domésticas en las que no existe la figura masculina del jefe de hogar o "padre de familia".

 

   En cuanto a los caracteres vigentes de la oferta de mano de obra, en tanto factor clave del proceso de segmentación sociolaboral, pueden evaluarse varias instancias referidas a las formas de inserción en el mercado de trabajo. Las mismas incluyen las <estrategias familiares>, que implican conductas de resistencia y adaptación de los trabajadores, llevadas a cabo en la esfera de sus respectivos hogares, en respuesta al intento de control heterónomo de su propia capacidad laboral.

 

   La problemática acerca de los mecanismos de supervivencia deriva hacia la consideración de los diversos tipos de adecuación de las unidades domésticas a las condiciones variables experimentadas por su situación económica, sobre la base de formas alternativas de obtención de ingresos. Partiendo de las posibilidades y atributos particulares de las inserciones ocupacionales, además de la situación en que se encuentran los miembros activos del grupo familiar con relación al mercado de trabajo, inciden en la adopción de dichas estrategias los niveles educativos formales alcanzados, el grado de atención de la salud y las necesidades de consumo del conjunto de los integrantes del hogar. 

 

   La propia existencia de la unidad doméstica conlleva el despliegue de una serie de actividades comunes compartidas, ligadas al mantenimiento cotidiano de un grupo social, conformado a partir de su relación con otros entes y ámbitos sociales. Su desenvolvimiento se asienta en una estructura donde las redes interpersonales tejidas por sus integrantes convergen, al cristalizarse en una organización comunitaria sui generis, dotada de "vida propia" e identificada por el factor de co-residencia, como criterio esencial de definición[14]. Paralelamente, la familia puede considerarse en cuanto institución social que regula, canaliza y adjudica significación cultural a ciertos requerimientos, basados en el sustrato biológico, ligados a la sexualidad y a la procreación.

 

   El nucleamiento familiar, entonces, se encuentra incorporado a una trama ampliada, constituida por relaciones parentales que conllevan pautas y reglas sociales establecidas, por lo que representa un grupo interactivo, co-residente y de cooperación económica, respecto de determinadas actividades relacionadas con el mantenimiento material de sus miembros.

 

   Genéricamente, el hogar representa un grupo cohabitante de una vivienda, conformado por un conjunto de personas que comparten la mayoría de los aspectos consuntivos, es decir aquellos referidos a los niveles y modalidades asumidos por las respectivas formas de consumo familiar. Su comportamiento colectivo incluye la movilización y asignación de recursos comunes con el objeto de asegurar su reproducción natural.

 

   A los efectos del logro de dicho aprovisionamiento ocupa un lugar prominente el trabajo, ámbito condicionado a su vez por el tipo característico de inserción ocupacional de los integrantes del grupo “doméstico”. Sin embargo, deben considerarse las limitaciones propias de cierta concepción centrada en el aspecto puramente económico, que soslaya la incidencia de ciertos componentes subjetivos e ideológicos relevantes, tal como por ejemplo el rol esencial desempeñado por la mujer, participante crucial en la economía del hogar y en el proceso reproductivo, cuyo desconocimiento entraña un enfoque parcializado e incompleto.      

   Corresponde aclarar que el hogar define a un grupo humano que moviliza colectivamente sus recursos, principalmente las capacidades laborales del conjunto de sus miembros, con el objeto de satisfacer sus necesidades reproductivas, razón por la cual no necesariamente debe coincidir con la esfera propia de una unidad doméstica.

 

   Fuera del área del mercado “formal” de trabajo, la ocupación que permite el control sobre el uso de la propia capacidad laboral, así como la asignación autoprogramada de recursos económicos, sólo se presenta en el caso del empresario autónomo. Así, se manifiesta una tendencia hacia un superior potencial de creación de fuentes de empleo en ciertas empresas pequeñas, existiendo una diferencia al respecto entre dicho tipo de unidades y aquellos establecimientos productivos que giran alrededor de la órbita capitalista moderna. Desde este punto de vista, se estima la posibilidad de hacer frente al problema de la desocupación partiendo de “unidades de menor tamaño en áreas de mayor complejidad tecnológica”. 

 

   La cuestión antedicha se halla vinculada, de algún modo, con el “viejo problema de la acumulación originaria de capital. La expansión del sector moderno exige que la inversión crezca a un ritmo varias veces superior al del consumo durante cierto tiempo, y por tanto el sacrificio de al menos una generación. El sector informal requiere menos inversión y, en lo inmediato, proporciona más empleo e incluso mayor nivel de consumo, pero no garantiza el futuro”[15]

 

   Dentro del entorno de la unidad doméstica, en cambio, opera una forma de trabajo donde el logro de medios de subsistencia depende de la utilización de recursos destinados a la reproducción material de sus integrantes, independientemente de la planificación relativa del empleo del esfuerzo laboral de sus miembros activos. Sin embargo, de manera corriente dichos medios se encuentran asegurados a través de las remuneraciones percibidas por los componentes del grupo familiar insertos, aun bajo modos irregulares y/o parciales, en el mercado ocupacional.

 

   Tal proceso remite a la cuestión de la presencia de diversas pautas organizativas, referidas a la procuración y asignación de recursos de supervivencia, u otro tipo de prestaciones económicas no necesariamente signadas monetariamente, en términos de actividades dirigidas a la obtención de determinados valores de uso y ajenos al “mercado” propiamente dicho.

 

   La integración de pobladores de ciertas localizaciones territoriales al mercado de trabajo deriva en la problemática de la precariedad de las inserciones laborales, que incluye la formación de segmentos de mano de obra, que no reflejan exactamente la diferenciación de aquélla debida al proceso de heterogeneidad productiva. Al respecto, con relación a las naciones periféricas, debe señalarse que el sector informal urbano de los países en desarrollo cumple, casi por definición, un cometido fundamental en la absorción de la fuerza de trabajo[16].

 

   En ese sentido, el factor de reproducción social de los colectivos de trabajadores representa una esfera relativamente autónoma dado que, al interior de esta, la presión ejercida por el capital es resistida mediante el despliegue de estrategias poliformes de supervivencia, lo cual torna aun más compleja una categorización tipológica de las ocupaciones en su conjunto, al incidir el funcionamiento reproductivo, considerado en sí mismo.

 

   Asimismo, teniendo en cuenta las condiciones coyunturales bajo las cuales devino la informalidad, este sector cumple una función relevante en la provisión de medios de vida por parte de los grupos sociales más desfavorecidos por su situación económica. En vista de lo expuesto precedentemente, la heterogeneidad expresada en las formas de incorporación de la mano de obra al mercado de trabajo resulta incomprensible a la luz exclusiva de la instancia productiva, evaluada en virtud de las meras necesidades de valorización del capital.

 

   Ello obedece a que dicha integración no sigue rígidamente los dictados de la lógica capitalista, sino que, por el contrario, representa un campo condicionado por comportamientos apartados de las premisas estrictamente mercantiles. Se trataría entonces de reductos donde inciden -con marcada independencia- estrategias de adaptación y/o resistencia, orientadas por actitudes de reacción o respuesta de los mismos trabajadores, y sus familias, en el ámbito estrictamente reproductivo, frente al intento de manipulación de su propia capacidad laboral por parte del capital.

 

   Cabe mencionar que el término “informalidad” comenzó a utilizarse en el campo de las ciencias sociales en América Latina cuando debió explicarse el aumento, y la permanencia, a partir de mediados del siglo XX, de amplios sectores de la población que no lograban incorporarse a los nuevos espacios de integración social, económica y territorial generados por los procesos de urbanización y modernización. Esta perspectiva responde a criterios específicos de conceptualización de las clases, en sociedades económicamente subdesarrolladas, basados en un conjunto de variables cruciales, entre las que se destaca la capacidad de dirección y organización del proceso productivo, generado por los mecanismos mercantiles, aun en ausencia de propiedad legal, factor vinculado al control sobre los medios de producción.

 

   Es posible identificar distintas dimensiones de la fuerza de trabajo urbana, respecto de su utilización dentro de la estructura productiva predominante en una sociedad dada, como así también en cuanto a su grado de inclusión en el mercado laboral y, de manera concomitante, pueden evaluarse las implicaciones socioeconómicas de su misma reproducción. Tal visión conduce al análisis de la conformación de los trabajadores urbanos en tanto agentes sociales pertenecientes a los sectores populares, por lo que sus conductas, en torno a sus propias lógicas de subsistencia, trascienden las imposiciones de las estrategias del mercado[17].

 

   En el caso de nuestro subcontinente, tomando como base el enfoque de la heterogeneidad estructural desarrollado por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), para explicar la dinámica de los comportamientos de las economías latinoamericanas, en el aporte pionero del Programa Regional de Empleo para América Latina y el Caribe (PREALC) se considera al sector informal como la franja de actividades de baja productividad en la que se inserta el excedente de población incapaz de ser absorbido por las ocupaciones generadas por el sector moderno de la economía urbana[18].

 

   Frente a la interpretación anterior, fue elaborada una concepción “estructuralista”, tendente a desligar la problemática del sector informal de la economía de su fijación a experiencias de pobreza. En este sentido, la informalidad refiere a un modo característico de vínculo, establecido entre los factores del trabajo y del capital, resultante de la <organización a escala global> de un sistema capitalista parcialmente reconvertido[19]. Desde este ángulo analítico, el fenómeno de la informalidad no es exclusivo de los países menos desarrollados y no constituye sólo una expresión de la “incapacidad del sistema” para integrar a la población económicamente excedente[20].

 

   Las diferentes atribuciones vigentes a efectos de la regulación de las actividades laborales cotidianas, inclusive en situaciones marcadas por la carencia de posesión jurídica de medios de producción, determinan la necesidad de evaluar el grado de control sobre fuerza de trabajo ajena. Además, la presencia de diversas formas mediante las cuales se obtienen bienes de consumo, que abarcan desde salarizaciones regulares a ingresos aleatorios y producción de subsistencia, explica la incidencia concreta de las variadas modalidades de remuneración e ingresos. El sector informal incluye actividades marginales dispersas un tanto imprecisamente en las fronteras entre las actividades productivas e improductivas (o económicas y no económicas)[21].

 

   La articulación entre el capital y los entresijos conformados por las actividades informales puede ejemplificarse a través del papel de los intermediarios en la rama de la construcción, en la cual ciertos contratistas de obras convierten a trabajadores autónomos en asalariados indirectos de determinadas empresas del rubro, o mediante las industrias maquiladoras en función de su rol alternativo de trabajo domiciliario. Esta variante consiste, por caso, en el control ejercido por intermediarios sobre la labor de mano de obra femenina, dispersa en zonas urbanas y que realiza tareas en sus propias viviendas, generalmente para empresas exportadoras. Ambas situaciones, tanto la representada por el accionar de firmas constructoras, como la explotación del trabajo -sobre todo de las mujeres- a través de las “maquilas”, demuestran la conexión entre la esfera comprendida por el sector moderno y los ámbitos productivos marginales (Pérez Sáinz).

 

   Un factor importante que determina el crecimiento de un conjunto de actividades informales radica en la dinámica de asignación de recursos, ante la “necesidad de crear empleo para uno mismo”, a pesar de la carencia de financiamiento, en la medida en que las empresas comprendidas por ese sector no poseen “virtualmente acceso al capital procedente de fuentes formales de crédito”. 

 

   Es relevante señalar que “los déficits de capital conducen a niveles subóptimos de producto y empleo [obligando] a la empresa del sector informal a buscar otras fuentes [irregulares] de crédito, dado que pueden tener cerrados los accesos al capital o bien, en un esfuerzo por conservar su independencia, [intentan] eludir la dependencia de intermediarios financieros... [Además], la no disponibilidad de capital obliga a menudo a las empresas del sector informal a elegir localizaciones alejadas e inadecuadas que limitan el acceso directo de sus bienes y servicios al mercado”.

 

   En vista de las argumentaciones expuestas, es conveniente subrayar que el proceso de incorporación de fuerza de trabajo al mercado laboral se realiza a través de mecanismos que conllevan el fenómeno de la precariedad de las inserciones en el mismo, y este ángulo focalizado de la segmentación ocupacional no coincide necesariamente, como vimos anteriormente, con las aristas diferenciadoras surgidas de la heterogeneidad de la estructura productiva[22]. Cabe indicar que la correlación más firme, en ese sentido, se establece con mayor asiduidad en el campo propiamente sociorreproductivo, cuya estimación deriva en una reconceptualización sociológica del ámbito peculiar de la población activa urbana.

 

   Este último criterio no conlleva una adscripción individual, sino que es reelaborado a partir de un registro colectivo, considerando básicamente la pertenencia del trabajador al grupo familiar, o doméstico en un sentido amplio, constituido por el hogar. La incorporación al mercado laboral conduce, sin embargo, a la atomización de la fuerza de trabajo, que se conforma a partir del eje constituido por los individuos, como consecuencia de la extensión del intercambio mercantil, inherente a la propia evolución de la producción capitalista[23]. La paulatina generalización del fenómeno de la insuficiencia del ingreso familiar único, habitualmente percibido por el miembro "cabeza de familia" -hombre o mujer- en el mercado de trabajo, dinamiza el conjunto de las lógicas de subsistencia desarrolladas por el grupo doméstico.

 

   Existe un consenso básico en equiparar las inserciones ocupacionales informales con localizaciones de riesgo o de exposición al riesgo social de exclusión, en las que los individuos o los grupos sociales se encuentran sometidos a carencias o procesos de inhabilitación que atentan contra la capacidad de subsistencia y de logro de una calidad de vida satisfactoria, de acuerdo con los estándares históricos establecidos. Debe destacarse la convergencia teórica elemental, más allá de los desacuerdos puntuales, acerca de “la preponderancia de situaciones sociales de alta vulnerabilidad en aquellos individuos situados en la condición de informalidad”[24].

 

   Complementariamente, la contracción del rol estatal en cuanto factor compensatorio, frente a las consecuencias perniciosas presentadas por la hegemonía del modelo económico neoliberal vigente, agrava las condiciones de vida del grueso de la masa trabajadora, a causa de su repercusión en las reestructuraciones del mercado laboral. Y ello debido, entre otros factores, a que los inconvenientes para acceder al sistema de seguridad social -mediante la salarización- se adicionan a los obstáculos emergentes en torno a la obtención de ingresos monetarios por canales alternativos.

 

   Una dimensión crucial que determina la amenaza latente, para ciertos colectivos, de caer en la zona de exclusión social radica en el deterioro progresivo de las condiciones de inserción en los mercados de trabajo, como mecanismo principal de integración social de la población, a partir de empleos estables y protegidos, con remuneraciones y coberturas sociales adecuadas[25].

 

   La esfera “informal” refiere también a cualquier tipo de actividades socialmente consideradas ilícitas, y por tanto desarrolladas al margen de la ley (prostitución, contrabando, tráfico de drogas), actividades económicas convencionales que son realizadas eludiendo algún tipo de norma -particularmente la legislación laboral y fiscal [para ahorrar costes, o aquellas otras simplemente] no registradas por las estadísticas económicas básicas.

 

   La aplicación de políticas sociales remite a formas globales de organización de la sociedad, implicando intervenciones del Estado orientadas directamente a las condiciones de vida y de reproducción de determinados fragmentos o grupos de la colectividad. En virtud de la asunción de tal perspectiva, aquellas políticas reflejan la cristalización de modalidades y mecanismos operados desde los gobiernos, a fin de contener o canalizar antagonismos y/o conflictos de raigambre socioeconómicas, sin constituir acciones del aparato estatal con el objeto de encarar la cuestión social de fondo, considerada en sus aristas complejas.

 

   Las restricciones a las políticas del Estado de Bienestar en América Latina conllevan transformaciones en los sistemas de seguridad social, afectándose el atributo de “ciudadanía plena”, que alude a la participación de los individuos en una comunidad, pautada mediante la vigencia de derechos y deberes entre los particulares y la institución estatal, lo cual se refleja en cierta estructura jurídica.

 

   La situación socioeconómica actual, en muchos países, determina que un mismo trabajador deba tener más de una inserción ocupacional, y/o que varios integrantes del grupo familiar perciban ingresos de tipo laboral. De allí que la heterogeneidad productiva y la segmentación del mercado de trabajo tienden a reflejarse al interior de la unidad doméstica, tornando compleja la caracterización de la misma en términos inequívocos tales como, por ejemplo, “hogares obreros o informales”.

 

   Distintos miembros de las familias pueden obtener ingresos de procedencia no laboral, motivo por el cual rigen en estos casos lógicas económicas peculiares, al margen de las establecidas por las ocupaciones asalariadas regulares y estables. También se manifiestan asiduamente situaciones derivadas de la movilización de recursos extramercantiles, expresados mediante tareas de autosubsistencia y actividades de redes, en forma paralela a las tareas domésticas imprescindibles. En dichos casos, los trabajadores urbanos se encuentran condicionados por vínculos sociales de índole no económica, reflejados en lazos de parentesco, regionales, barriales y étnicos, entre otros.

 

   Las esferas de actuación comprendidas por el radio de la “informalidad ocupacional resultan sumamente heterogéneas, pudiéndose distinguir -de acuerdo a las estructuras de aquéllas- “dos estratos que agrupan distintas formas de actividades económicas informales”, las cuales aluden de manera respectiva a los ámbitos de la acumulación y de la supervivencia material: Éstos se diferencian entre sí por las características de la articulación de sus unidades económicas con los mercados de productos y factores, por la calidad de las ocupaciones y por las características sociales de la población que participa de sus actividades.

 

   No obstante, más allá del conjunto de factores enunciados, la lógica del capital subyacente en estas formaciones socioeconómicas ambiguas se expresa -en última instancia- a través del ámbito del mercado laboral, por lo que la sociedad se estructura en términos de clases. En consecuencia, las estrategias de supervivencia implícitas en el desenvolvimiento de los trabajadores giran, aunque fuere de modo indirecto, alrededor del funcionamiento mercantil: de allí que la caracterización de los actores sociales remita -en definitiva- a la estructura productiva.

   Es importante destacar que la proyección del concepto de clase hacia el terreno reproductivo, específicamente en el marco ocupacional urbano, redunda en la formación de espacios caracterizados por nuevas manifestaciones cotidianas de conflictividad social, cualitativamente diferenciadas de aquellas surgidas del convencional antagonismo clasista de la “sociedad industrial”.


[1] SANCHIS, Enric, y MIÑANA, José (1988): "La otra economía. Trabajo negro y sector informal"; Valencia, Edicions Alfons El Magnànim, págs. 9-10

[2]  FORNI, Floreal, et al. (1996): "Trayectorias laborales de residentes de áreas urbanas pobres. Un estudio de casos en el conurbano bonaerense"; Buenos Aires, IDES, revista “Desarrollo Económico” Nº 140

[3] NUN, José (1998): "El futuro del empleo y la tesis de la masa marginal"; Montreal, Congreso Mundial de Sociología.  

[4] CASTEL, Robert (1995): "La metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado"; Buenos Aires, Editorial Paidós. 

[5]  MURMIS, Miguel y FELDMAN, Silvio (1996): “De seguir así”; en Beccaria, Luis, y López, Néstor, Sin Trabajo, Las características del desempleo y sus efectos en la sociedad argentina, Buenos Aires., UNICEF/Losada.

[6] HALPERIN WEISBURD, Leopoldo, et al. (1996): "Concentración del ingreso, precariedad laboral y segmentación social: el caso de Mar del Plata"; Grupo de Investigación Calidad de Vida, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Mar del Plata y Municipalidad de General Pueyrredón.

[7] KESSLER, Gabriel: Algunas implicaciones de la experiencia de desocupación para el individuo y su familia; en Beccaria, Luis, y López, Néstor, "Sin Trabajo, Las características del desempleo y sus efectos en la sociedad argentina", Bs.As., UNICEF/Losada, págs. 138-139

[8]  AGLIETTA, Michel (1995): "Regulación y crisis del capitalismo. La experiencia de los Estados Unidos"; Buenos Aires, Ediciones Siglo XXI.

[9] SANCHIS, E. y MIÑANA, J., ob. cit., págs. 15-16. El segundo caso citado refiere a “una especie de yuxtaposición del sector moderno y el informal, jugando éste un papel complementario respecto al conjunto de la economía, pero probablemente existen muchos casos de conexión íntima entre ambos sectores, en los que la complementariedad tiene un sentido más complejo y para cuya interpretación los enfoques dualistas pueden resultar algo rígidos” (ídem).

[10] SANCHIS, E. y MIÑANA, J., ídem, pág. 10

[11] SANCHIS, E. y MIÑANA, J., ibidem.

[12] “Es el caso, por ejemplo, de la vivienda cuando -sin dejar de serlo- deviene lugar de producción, o de la posibilidad de recurrir a la agricultura de autoconsumo” (Sanchis, E. y Miñana, J., ob. cit., pág. 16)

[13] SANCHIS, E. y MIÑANA, J., ídem.

[14] JELIN, Elizabeth (1985): “Familia y unidad doméstica: mundo público y vida privada”; Buenos Aires, CEDES.

[15]  SANCHIS, E. y MIÑANA, J., ob. cit., pág. 16

[16] SETHURAMAN, S.V. (ed.): The urban informal sector in developing countries. Employment, poverty and environment; Ginebra, Organización Internacional del Trabajo, 1981, págs. 28-47 (extraído de la versión en castellano, “El sector informal urbano y las políticas de desarrollo”, en Sanchis, E. y Miñana, J., ob. cit., págs. 31-59)

[17] CARPIO, Jorge y NOVACOVSKY, Irene (1999): Introducción al texto "Informalidad y exclusión social" (Carpio, J., Klein, E. y Novacovsky, I. -comps.-); Bs. As., Organización Internacional del Trabajo (OIT)/Fondo de Cultura Económica. Los autores sostienen que esa perspectiva teórica “permite caracterizar las múltiples formas de actividades productivas o de servicios con las cuales los pobres de las ciudades se las arreglan para satisfacer sus necesidades de supervivencia y de ingresos” (pág. 11)

[18] CARPIO, J. y NOVACOVSKY, I., ibidem.

[19] PORTES, Alejandro (1995): "En torno a la informalidad: ensayos sobre teoría y medición de la economía no regulada"; México, FLACSO/Porrúa.

[20] CARPIO, J. y NOVACOVSKY, I., ob. cit., pág. 12

[21] SETHURAMAN, S.V., ob. cit., pág. 32

[22] SETHURAMAN, S.V., ibidem, págs. 32-34

[23] CARPIO, J. y NOVACOVSKY, I., ob. cit., pág. 12

[24] CARPIO, J. y NOVACOVSKY, I., ibidem.

[25] CARPIO, J. y NOVACOVSKY, I., ídem. 

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